martes, 28 de febrero de 2012

La habitabilidad

El objetivo de la arquitectura es hacer espacios donde se pueda vivir o trabajar de una forma adecuada, es decir, con salud y bienestar. En torno a esta idea están los artificios que hemos ido incorporando al concepto de arquitectura los seres humanos y que la han convertido en un arte. Hoy en día la arquitectura es algo propio de las ciudades y los ciudadanos, crea el paisaje urbano y nos hace recordar el paso del tiempo en sus estilos, formas, materiales y forma de construir. Pero no debemos olvidar que el objetivo inicial y fundamental es crear espacios habitables.
La habitabilidad es, por tanto,  el primer objetivo de la arquitectura. El Código Técnico  de la Edificación, el marco normativo que regula toda la actividad arquitectónica, le da carta de naturaleza al incorporarla como una de las tres partes en las que se agrupan sus documentos, el apartado H.
El edificio está rodeado de un entorno con el que intercambia permanentemente energía, calor, luz y sonido, y sustancias, aire, humedad y contaminantes. El clima del lugar y las características termofísicas y químicas del entorno inmediato, provocan constantes estímulos sobre la piel del edificio, que provocan esos intercambios. Esos estímulos no hay que considerarlos como simples agresiones, son mensajes que se intercambian con la construcción. El edificio debe oírlos y responder, en ocasiones protegiéndose, en otras aceptándolos, en otras aprovechándolos. Si el edificio entra en interacción activa con su entorno, se creará un equilibrio adecuado que integrará el edificio en ese entorno y no lo considerará como algo ajeno y extraño.
No obstante, ese equilibrio debe mejorarse en el sentido en el que el hombre lo necesite. La habitabilidad es un concepto vidrioso que ha ido cambiando a lo largo de los tiempos. En ciertos momentos de la humanidad una cueva era capaz de aportar toda la habitabilidad que necesitaban los hombres, la suficiente como para diferenciar la vida de la muerte. Una cueva protegía de los depredadores, de otras tribus rivales y de las inclemencias más extremas del clima. El hombre fue cambiando su concepto de habitabilidad al tiempo que fue controlando los materiales y recursos, como el fuego. Los espacios se hicieron más cómodos y seguros, y, por tanto, más habitables. Ya no era suficiente con que no lloviera, nevara o soplara el viento sobre la persona, había que intentar que las condiciones interiores se hicieran más agradables. Las condiciones de confort tienen una componente muy fuerte de adaptabilidad. Si pensamos que no podemos conseguir algo mejor que meternos debajo de una débil envolvente, lo consideraremos bienestar, pero cuando somos capaces de conseguir algo más el cuerpo reclama una condiciones más próximas a las de máxima estabilidad, aquellas en las que el organismo  no hace esfuerzo ni biológico ni psicológico para encontrarse bien; hoy en día entendemos esto como condiciones de bienestar.
En su momento, un edificio que tenía calefacción representaba un lujo frente aquellos que no lo tenías, y se reservaba a las clases pudientes. Pero ni siquiera ellas necesitaban de la refrigeración, se limitaban a refrescarse y protegerse del sol de verano. A partir del momento en el que el hombre controlo también la tecnología del frío, esto empezó a formar parte también de la habitabilidad. Hoy controlamos la envolvente del edificio para regular los flujos de energía térmica; la masa térmica del cerramiento y el aislamiento térmico, serán las soluciones que ayudarán la habitabilidad.
Igualmente se podría decir de la luz, que en un momento llevó al hombre a trabajar de “sol a sol” y a recluirse y dormir el resto del tiempo. Desde hace mucho tiempo aprovechamos la luz natural pero también podemos crear ambientes artificiales con los niveles de iluminación adecuados para realizar tareas visuales de forma adecuada y alcanzar la estabilidad emocional que nos permite la luz. Ahora sabemos que la luz natural controla las descargas hormonales que regulan los estados de ánimo, depresivos o estimulantes; pero también pone en hora nuestro reloj biológico. El metabolismo se va adaptando al paso de las horas, advirtiéndonos de la necesidad de comer o descansar, y de las estaciones permitiéndonos soportar mejor el clima caluroso o frío. Diseñar con la luz para conseguiré estos efectos es encontrar habitabilidad.
En la actualidad, nuestros objetivos de habitabilidad alcanzan al ambiente acústico y la calidad del aire. Las recientes aportaciones en el campo de  la habitabilidad van encaminadas a generar ambientes protegidos del ruido para facilitar la concentración y el descanso. Las ciudades son muy ruidosas y eso obliga a los edificios a proteger sus espacios interiores del estímulo perjudicial exterior mediante el adecuado aislamiento acústico.
El último apartado a lograr en la habitabilidad es el de la calidad del aire. Ha sido nuestra última exigencia. Hasta ahora no le hemos dado importancia al aire que respirábamos o a la atmósfera electromagnética en la que vivíamos. También es la peor resuelta y peor estudiada, pero es el siguiente objetivo.
La habitabilidad, en definitiva, es el resultado de aplicar al conjunto de indicadores que nos permiten definir el ambiente los valores correctos. Las técnicas de acondicionamiento ambiental permiten alcanzar la plena habitabilidad cumpliendo con esos indicadores.