martes, 23 de febrero de 2016

Los mapuches, la etnia desubicada


América del Sur es un auténtico hervidero de arquitectura popular, viva, activa, funcional. En cada viaje que realizo al continente intento documentar alguna de sus tipologías más significativas. Esta vez volvía a realizar un viaje a Chile e intenté estudiar las rukas mapuches, de las que había leído mucho pero que no había podido ver en persona.

A pesar de que hoy en día un tercio de la población mapuche de Chile se encuentra en Santiago de Chile, parece que no hay nada en las ciudades que les haga sentir realmente bien. Se consideran marginados y creen que les dan los peores empleos. Tal vez por esos motivos un grupo de mapuches ocupó uno de esos terrenos baldíos para reunirse, celebrar sus ritos y ceremonias, y mantener su identidad, en definitiva.

El Ayuntamiento del barrio, porque en Santiago hay un ayuntamiento en cada barrio, decidió donarles el terreno y encargarse del mantenimiento de las rukas, nombre que dan a sus viviendas. Se recurrió a un rukafe, el arquitecto popular capaz de construirlas manteniendo todas sus esencias constructivas, formales y conceptuales necesarias para llevarlas a cabo.

 El conjunto que quería visitar en el municipio de El Bosque

En origen, los mapuches ocupaban un vasto territorio en el tercio inferior de América del Sur, a ambos lados de los Andes, en los actuales Chile y Argentina.

El pueblo mapuche fue el primer pueblo indígena en ser reconocido como un estado independiente, con un territorio propio. En 1641, Francisco López de Zúñiga, en nombre de la Corona de España, firmó un acuerdo con la nación Mapuche fijando una frontera que delimitaba los terrenos que les corresponderían a cada uno. El límite de ese territorio era el río Bio-Bio, y de ese modo pudieron mantener una total independencia durante siglos. Sin embargo, en 1860, y en una guerra que duró hasta 1885, los ejércitos de las repúblicas de Chile y Argentina atravesaron esa frontera ocupando todo el territorio mapuche, masacrando a gran parte de la población. El territorio en el que quedaron finalmente asentados se redujo a una 10% de lo que poseían previamente, lo que provocó una profunda herida y les llevó a una severa ruina económica y emocional que se mantiene hoy en día.

Su actividad económica ha sido, en muchos casos, la ganadería y sus derivados, tejidos, pieles, el mar o la agricultura.  Todas ellas desarrolladas de forma poco productiva, prácticamente como economía de subsistencia, lo que está provocando la migración de sus gentes a las grandes ciudades, como Santiago. La causa  fundamental de esos traslados está en la poca calidad de las tierras que dedican a la agricultura o la ganadería, y los escasos recursos tecnológicos de que disponen para trabajarlas.

Leí en un documento publicado por el Ministerio de Obras Públicas chileno, y relativo a los trabajos con la arquitectura de culturas minoritarias que conviven con otras mayoritarias, que no había que buscar los elementos que identifican a esa cultura minoritaria para incorporarlos al diseño actual, sino buscar qué elementos pueden ser usados en el espacio compartido con la cultura mayoritaria. Yo no estoy del todo de acuerdo porque eso supedita la cultura minoritaria a la mayoritaria, y acaba por llevarla a la pérdida de sus elementos identificatorios, la imagen de su propia arquitectura. La recomendación de ese documento era la de buscar valores conceptuales, algo que comparto, pero sin conservar las formas propias de la arquitectura mapuche, y eso representaría perder la parte plástica, visual, de su arquitectura, lo que supone finalmente perderla completamente. Quedarse con la cáscara sin el contenido no tiene sentido, pero hacerlo al revés creo que tampoco lo tiene. Sin embargo, según fui adentrándome en el tema mapuche, y empecé a entenderlo mejor, me replanteé mi postura inicial.

Quizá lo más importante para entender todo lo mapuche es entender el Az mapu, la manera en la que un mapuche ve el Cosmos y como debe ordenar dentro de él su propia existencia, armónicamente con sus antepasados y su tierra.

Por tanto, la relación con el Cosmos es muy importante. Según esto, su mundo está dividido en la tierra de arriba, donde habitan los espíritus benefactores y los espíritus de los antepasados, es la Wenu mapu, la tierra de abajo, donde moran los espíritus malignos, la Miñche mapu, y entre medias la Nag mapu, donde viven los hombres en armonía con la naturaleza. Ese espacio terrenal lo estructuran en cuatro zonas, la tierra del norte, la del sur, la del este y la del oeste. Dividiendo el territorio mapuche en esos cuatro cuarteles da lugar a las gentes del norte, las gentes del sur, las gentes del este, las gentes del mar, las gentes de los llanos, las gentes de los valles y las gentes de los piñones. Los mapuches, aun siendo la misma etnia, con el mismo idioma, mantienen matices culturales diferenciadores según donde viven y según su actividad económica, y por supuesto hay diferencias arquitectónicas cuando las zonas donde habitan son climáticamente diferentes.

El año está dividido en tiempo de lluvias, tiempo de brotes, tiempo de abundancia y tiempo de rastrojos. Su relación con los astros les permite determinar con claridad cada uno de ellos.

 

La bandera mapuche tiene en el centro el circulo que representa la tierra mapuche dividida en sus cuatro tierras, la puel, o tierra del este, la pikun tierra del norte, la lafken, la del mar y la willa, la del sur. En ellos se muestra el Sol, dos veces, la Luna y una estrella. Dado que no tuvieron lenguaje escrito, y sólo tradición oral, la iconografía, formas y colores son muy importantes.

La estructura social del pueblo mapuche se basa en el lof, unidad familiar formada por tres o cuatro generaciones que, hasta en un total de nueve lof, se agrupan en torno a la ruka del jefe. Esta estructura mantiene lazos familiares siempre por vía paterna. A ese conjunto se llama rewe. A pesar de mantener esas relaciones familiares tan íntimas y cercanas no genera problema de consanguinidad porque una regla fundamental de su sociedad es buscar pareja fuera del grupo. Entre los nueve jefes de los lof se elige al líder de la comunidad.

Los mapuches nunca crearon asentamientos complejos ni meditados previamente, ni siquiera se les puede llamar poblados, sino que siempre fueron agrupaciones de pequeño tamaño y por tanto con una estructura urbana nuclearizada.




Un lof

La ruka es el elemento arquitectónico representativo de la domesticación del Nag mapu. Es algo más que la simple vivienda tradicional mapuche, es su elemento más simbólico, donde se ve como el hombre controla los elementos de la naturaleza, pero manteniendo con ella una enorme armonía.

La construcción de la ruka es un acto comunitario en el que la familia invita al resto de la comunidad a tomar parte. Dirigido por el rukafe, una vez terminada la estructura principal, el futuro morador ofrece a todos los que están trabajando en ella comida con carne, todo un lujo, pan y chicha fermentada.

A pesar de la simplicidad de su forma, de planta ovalada o cuadrangular, casi sin divisiones, representa el espacio fundamental de las relaciones personales y sociales, donde se muestran las funcionalidades y usos de su tradición cultural.

Hay cierta variedad en las rukas que emplean los mapuches, no en balde son gente ubicada en zonas climática y geográficamente muy distintas, desde el mar a la alta montaña andina, pasando por valles y llanos. No son muy significativas pero sí les da personalidad propia.

 

Una ruka toda ella hecha de totora y bambú

En estas construcciones hay algunos elementos básicos y otros muy variables. Por ejemplo, la puerta está siempre orientada al este, al amanecer, el mayor referente de la vida mapuche. También, desde un punto de vista pragmático, es la mejor orientación para protegerse de los vientos del sur y del norte. Interiormente suele ser diáfana o con ligeras compartimentaciones.

También es común en todas que haya dos huecos en la cumbrera, en los lados cortos, por donde sube menos la cubierta, para permitir la ventilación cruzada que eliminará el humo del fuego del hogar.

 

Hueco de ventilación en la cubierta

El suelo, muy frío, es de tierra que absorbe el calor interior, aunque ocasionalmente puede haber alguna con suelo recubierto de piedra o de madera.

 

Una ruka para reuniones con suelo de piedra. Se ve la zona luminosa cerca de la puerta

La iluminación es muy escasa ya que no hay huecos, únicamente cerca de la puerta se puede aprovechar algo la luz natural. El hueco siempre ha sido un lujo.

En general la cubierta se sostiene por dos o cuatro postes centrales, pero en algunas tipologías llegan a usar cerchas apoyadas en los muros. Cuando la cubierta no es de madera, es de paja o totora. En todos los casos, incluidas las cubiertas de madera, la autoventilación del humo del hogar es imprescindible para evitar su pudrición y la presencia de insectos.




Ruka de tres postes deslumbrada por la luz que entra por uno de los dos huecos de ventilación

Pero hay también diferencias en la forma y los materiales según el grupo mapuche, su ubicación y su economía. Por ejemplo, la ruka williche, la de la gente del sur, dedicadas al pastoreo y la agricultura de pequeña escala, y a algo de artesanía para vender al turismo, es de planta cuadrada, con paredes de tabla colocada horizontalmente, con pequeños huecos de ventilación a modo de ventanas; es el único tipo de ruka que lleva ventanas. Su techo es inclinado y de paja. Suele tener dos puertas enfrentadas, una mirando al este y la otra al oeste. Es curioso que haya una puerta al oeste porque para ellos, como para otros muchos pueblos, entre ellos los vietnamitas, el oeste representa la muerte, en oposición al este que es el símbolo de la vida; seguramente se arriesgan a tener puertas al oeste para asegurarse la ventilación. El oeste no solamente es el ocaso sino la orientación que señala el mar, hacia donde vuelan los espíritus y que les marca el límite físico a su territorio. Sin embargo, para ellos la orientación peor es la norte, que representa el mal en su máximo grado. Del norte vienen las guerras, las invasiones y el viento que anuncia el mal tiempo. Evidentemente del sur poco malo podía venir, ya que son las zonas frías y poco habitadas de la Patagonia, pero es verdad que de ahí vienen los vientos que representan la llegada del buen tiempo.

En la tierra pewen es donde se construyen las rukas pewenche, la de la gente de los piñones. Son gente trashumante que van desde los valles hacia las zonas piñoneras de la montaña para la recolección de lo que es la base de su economía, el piñón. Estas son las más sofisticadas porque necesitan de un trabajo de la madera más cuidado y resistente al peso y los efectos de la nieve. La ruka pewenche también es de planta cuadrada pero con una cubierta muy trabajada con troncos de madera ahuecada que llaman canoas. Es muy inclinada para reducir la acumulación de nieve. Esta gente habita en la zona más fría del territorio mapuche. La pesada cubierta se apoya en los muros, que también son de tabla, pero esta vez colocada verticalmente para soportar y transmitir mejor el peso al terreno.

En la tierra laften se construye la ruka lafkenche, la de las gentes del mar. Su economía lógicamente está vinculada al mar, recogiendo y vendiendo algas y marisco, y pescando para el autoconsumo. Como se ve en casi todos los casos no desarrollan una economía muy productiva para la venta o el comercio, sino más bien de subsistencia. Su ruka tiene planta circular y un techo de paja que llega hasta el suelo confundiéndose con los propios muros. Interiormente dos postes se encargan de sostener la estructura que conforma el techo. Hay soluciones parecidas en otras partes del mundo. En la amazonía ecuatoriana hay tipologías muy similares.

 

Hogar a ras de suelo en el interior de una ruka

Un estudio que se hizo con varias rukas lafkenche, monitorizando sus condiciones interiores, mostró que en invierno sólo estaban 4 ºC de media por encima de la temperatura exterior, demasiado poco para aproximarse a condiciones de confort. Con el fuego del hogar apagado, la temperatura interior en ocasiones era incluso menor que la exterior, probablemente debido al suelo frío. Cuando se encendía el hogar, las mediciones de CO2 mostraban un nivel adecuado gracias a la ventilación espontánea, pero el contenido de partículas en suspensión era muy elevado e insalubre. Las medidas tomadas durante el verano mostraron temperaturas interiores iguales o liegamente inferiores a las exteriores, probablemente gracias al efecto del suelo de tierra; dado que el verano no es caluroso, incluso se podrían considerar frías. Sólo valorando la temperatura operativa, es decir teniendo en cuenta la radicación emitida por el fuego del hogar cuando se encuentra encendido, mostraba zonas confortables muy cercanas a la llama. Aunque no se puede decir que en ningún momento se alcanzaran temperaturas del aire confortables, entre las dos rukas que se midieron se pudo ver cómo en la más grande las condiciones eran peores, debido al mayor volumen de aire a acondicionar; incluso en verano una parte importante del día el espacio interior estaba infracalentado, y muy raramente mínimamente sobrecalentado.




Una ruka en la que se puede apreciar su gran tamaño

La ruka nagche, la de la gente de los llanos, tiene planta ovalada, con cubierta de paja y paredes de madera. Quizá esas variaciones, que no son otra cosa que una cierta adaptación a sus microclimas, han dado la impresión de que no existe una imagen propia y única de la arquitectura mapuche, lo que claramente les ha perjudicado.

Los cuatro lados de la tierra también definen los materiales que se van a utilizar para realizar la ruka. En la tierra pikun, la de la gente del norte, se utiliza la madera, con una estructura de dos a cuatro postes centrales para sostener la techumbre de paja. Las paredes son de madera en forma de tablas colocadas verticalmente. La planta se mueve entre ovalada y rectangular. Esta ruka pikunche suele ser el tipo que se construye en las zonas urbanas wenteche, aunque no fue exactamente la que vi yo.

Como digo, el rewe que tuve la ocasión de visitar respondía a la imagen de la ruka wenteche, la gente de los valles. Esta gente se dedica a pequeñas actividades comerciales y a vender algo de artesanía. Por eso en el lof que visité había una ruka dedicada expresamente a la actividad de venta de artesanía. Su ruka, como pude ver, era de planta rectangular de esquinas redondeadas, sin llegar a ser ovalada, con cubierta de paja, muros también de paja sujetos con una estructura de bambú, y cubierta apoyada en una estructura potente de madera o bambú; como pude apreciar, era una variedad de la pikunche, ya que los muros eran una mezcla de totora y bambú. Como casi todas, estas rukas tenían una sola puerta al este y dos aberturas en la cubierta para la ventilación.

Una de las características básicas de la arquitectura tradicional mapuche es su temporalidad. Su arquitectura es efímera, está hecha con materiales perecederos, madera, bambú, palma, lo que obliga a rehacerla y reponerla regularmente. No están hechas ni de piedra, ni de tierra, ni de cerámica. Esa ausencia es algo muy característico de muchas culturas situadas en climas donde las estructuras vegetales permiten una ventilación permanente. Sin embargo éste es un clima frío. También hay estructuras vegetales en cubierta en climas fríos, por ejemplo la palloza de la sierra de los Ancares. Allí se trata de conseguir el aislamiento térmico que proporciona el aire ocluido en capas muy gruesas y densas de paja. Aquí sin embargo el motivo parece ser otro: la relación armónica entre el hombre y la naturaleza, lo que les lleva a buscar una arquitectura que también sea sometida y transformada por las fuerzas naturales, el viento, la lluvia, el sol. Esto les permite sentir que mantienen un perfecto equilibrio con los elementos de la naturaleza que les rodea, tomando materiales de ella pero luego devolviéndoselos.




La ruka está hecha de materiales efímeros

El momento del año más importante para los mapuches es el comienzo de un año nuevo, con el solsticio de invierno, a finales de junio, que curiosamente coincide con las celebraciones que en Europa provenientes de las culturas celtas, que llevan a quemar todo lo antiguo del año anterior en fallas y hogueras. En la actualidad también han añadido a sus fiestas el 12 de octubre, pero como el Día de la Resistencia Indígena, en oposición a las fiestas oficiales que celebran la llegada de los europeos a América.

Llegar al rewe  que iba a visitar fue una auténtica odisea. A pesar de usar un GPS, esa zona de Santiago está repleta de viviendas sociales indiferenciadas, entre las que te mueves durante kilómetros y kilómetros por un paisaje que no parece cambiar. Después de varios errores y cambios de dirección llegué al lugar donde estaban construidas las rukas; no es el único asentamiento que existe en Santiago, hay alguno más que en otro momento intentaré visitar.

Este rewe estaba formado sólo por cuatro rukas. Una de ellas estaba dedicada a temas administrativos. La gente que la usa y trabaja en ella me dijo que llegado el invierno las condiciones interiores eran muy malas, que hacía mucho frío. Es lógico, a pesar de que las paredes hechas con totora aporta un cierto aislamiento, aproximadamente tendría una U de     0,45 W/m·K, y que la falta de ventanas evita que por ella se pierda calor, la estructura es tan permeable, incluidos los huecos de ventilación superiores, que la tasa de ventilación debe superar las seis renovaciones a la hora. El fuego u otras fuentes calor modernizadas que se puedan usar deben acondicionar un volumen excesivamente grande de aire y un suelo de tierra que absorberá inmediatamente ese calor, por lo que lógicamente no logran calentarlo. Todo esto apunta a un uso más favorable en los momentos calurosos del año, con mucha ventilación, protección solar, aislamiento en la fachada y suelo con mucha masa.




La ruka dedicada a las ventas de artesanía los fines de semana

Había otra ruka con forma de media luna mirando al rewe ceremonial, que estaba dedicada a un pequeño mercado de artesanía. Los wenteche tienen como forma de vida la artesanía y pequeñas actividades comerciales. De las otras dos rukas, las situadas en la zona oeste del campo, una de ellas era la de la machi.

La machi es la persona que aplica la medicina mapuche. Esta  medicina no sólo se preocupa del cuerpo sino también del espíritu para que la persona siga manteniendo el equilibrio necesario con el Cosmos. El poder de la machi se obtiene del lugar, de la tierra, que aporta la energía que necesitará la sanadora para trasmitirla a los enfermos. Esa energía no se puede trasladar porque permanece en el lugar, sólo se puede aplicar en su ruka. Por eso es fundamental la correcta ubicación de la ruka de la machi.




La ruka de la machi

 


Interior de la ruka de la machi, con una estructura de una madera obtenida de un árbol sin defectos

Situada en la zona este del campo estaba el guillatuwe ceremonial, el lugar de rogativas, cercado y lleno de ofrendas, sobre todo alimentos. En medio, plantado como un símbolo, su árbol sagrado, un canelo.

 

Visión del espacio ceremonial a través de la puerta de la ruka de la machi




El gillatuwe o zona sagrada del rewe, también llamado rewe, situado en el centro o al menos en una zona visible desde todas las rukas. Para ello es importante lo concéntrico, porque son puntos llenos de energía

En el campo que se formaba entre las rukas se juega al pain, que es un juego que recuerda mucho al hockey actual. Se juega en el paliwe, un espacio de reunión comunal, sobre una cancha que puede medir hasta 300 m de largo, en la que dos equipos intentan llevar la bola hasta el punto más profundo de su zona para sacarla fuera, golpeándola con un palo curvo. La orientación del lado largo es norte-sur. Inicialmente era un acto religioso más que un juego, y ha pasado a ser un acto de relación entre comunidades, en este caso los equipos que se enfrentan.


El fogón de la ruka de la machi, donde se preparan las medicinas naturales mapuches, siempre se coloca lateralmente a la entrada. Al fondo se ve la zona reservada para los enfermos, tras un panel de cañas

Los muros en este caso eran de cañas de totora fijada sobre una estructura de coligüe, un bambú macizo, duro y resistente. La totora aísla mucho, pero el espesor de los muros era reducido, de menos de 5 cm, por lo que no era suficiente como para alcanzar adecuadas resistencias térmicas. En estas rukas el problema del calentamiento es el mismo que el descrito en las rukas lafkenche. La fuente de calor es muy pequeña, el volumen grande, y el aire casi no se calienta. Únicamente el efecto radiante se aprecia cerca del fuego. También comparten el aspecto negativo de las pequeñas partículas que quedan en suspensión, y que acaban respirándose, y la pobre iluminación. Es lógico que en las rukas modernizadas se intente resolver estos graves problemas.

 



Detalles constructivos del muro y la cubierta con paja de totora y el bambú macizo que sirve de subestructura

Según me dijeron, a pesar de lo perecedero de los materiales empleados, no es necesario sustituir la cubierta, la zona más expuesta de la envolvente, con demasiada frecuencia. La que había allí tenían ya diez años.

Las construcciones modernas que han realizado las autoridades para mejorar la habitabilidad de las rukas tratan los aspectos formales desde una visión conceptual: la centralidad, el este, lo concéntrico. El aspecto final de estas construcciones es un tanto aséptico, indiferenciado, yo diría incluso que un tanto impersonal, que salvo alguna construcción que he podido ver publicada se aleja de la imagen clásica de la ruka. Probablemente, excepto el uso de materiales locales y renovables, no haya en la ruka ningún valor claramente bioclimático que defender, de hecho, como he dicho no son especialmente confortables. El tamaño de la ruka moderna también se reduce, ya que las parcelas donde deben construirse son pequeñas y no permiten hacer las grandes construcciones tradicionales. Sin embargo se suele mantener la cubierta como un manto único que cubre a toda la unidad familiar. Tal vez todo esto sea lo acertado, pero es una pena que se pierda la imagen tradicional que proyectaban. Les pasa algo parecido a las casas de turba islandesas; aunque en ellas se haya resuelto perfectamente el aislamiento, no resultaban confortables, eran oscuras y húmedas, y eso hizo que hoy sólo se use la turba en algunas cubiertas para recordar su tradición constructiva.

Leí que antes de hacerles nuevas construcciones más habitables, hablando con las comunidades mapuches, y a la pregunta de cómo querían sus nuevas edificaciones, pedían el zinc en la cubierta por considerarlo un símbolo  de estatus social; seguramente porque tampoco tendrían que reponerlo. Esta respuesta es muy sintomática de lo que buscan y de lo poco que valoran algunos sus construcciones tradicionales. De igual modo reclamaban ventanas, algo de lo que, salvo excepción, carece la ruka. En este caso sí puede ser un elemento higiénico imprescindible, dado que la piel ya no será tan permeable y se ha comprobado que uno de sus grandes problemas es el de la mala calidad del aire.

Después de ver todos los modelos de construcciones que usan los mapuches, me atrevo a decir que la ruka no es tanto una tipología clara de arquitectura popular, sino más bien un concepto y una forma de vida. La forma no es lo importante, no lo son los materiales concretos. Tampoco son espacios confortables y de hecho en cuanto han tenido ocasión las han abandonado como viviendas o las han transformado profundamente. Pero se siguen manteniendo porque representan algo más: el lugar de reunión o el espacio ceremonial de sanación, donde se mantienen el simbolismo de la orientación de la puerta y el empleo de materiales efímeros, para que la naturaleza pueda recuperarlos cuando quiera. Creo que parte de la inconfortabilidad interior se debe al equilibrio que quieren mantener con la naturaleza, corrigiéndola un poco pero sin llevarle la contraria completamente, eso es la ruka.




¿La forma o el concepto?

Todo esto pone encima de la mesa de nuevo el dilema de cómo se debe abordar la rehabilitación o sustitución de las construcciones populares. ¿Hay valores bioclimáticos reales que deben defenderse en la nueva construcción? ¿Sólo hay valores antropológicos y culturales? Creo que no hay respuestas únicas ni soluciones comunes, creo que hay que seguir estudiándolas y analizar cuál es la rehabilitación adecuada, en el sentido más concreto de la palabra, volver a hacerlas habitable.