miércoles, 19 de julio de 2017

LA ENERGÍA PERDIDA EN LOS EDIFICIOS Y SUS COLORES


Hace unas semanas estuve dando la conferencia inaugural en un simposio en Galicia. Me pidieron que versara sobre eficiencia energética, ¡que novedad! Solo de pensarlo ya me aburría, pero lo que es peor, pensaba que los asistentes también se aburrirían escuchando otra vez una disertación sobre ese tema. Me pareció más sano pensar en un nuevo enfoque que me ilusionara, pero también que mantuviera la atención de los asistentes, e incluso que creara cierta polémica.

En eso estaba, pensando, cuando recordé una conversación que había mantenido con un compañero arquitecto, un par de meses antes en Cádiz. No era sobre arquitectura, ni sobre energía, sino sobre literatura. Estábamos intercambiando nuestros gustos literarios cuando me señaló que estaba releyendo a Proust. Me sorprendió y le dije, “vaya otra persona que lo lee”. Ahí quedó la conversación pero pensando en ella recordé la magna obra de Marcel Proust, “En busca del tiempo perdido”, y eso me dio la idea sobre la que podía girar mi charla. No sobre el tiempo perdido, pero sí sobre la energía perdida.

¿Por qué la energía perdida? Pues porque si hiciéramos cálculos sobre la energía vinculada a la edificación no nos saldrían las cuentas. Faltaría una gran cantidad.

Como tenía tiempo para prepararlo me dediqué a buscar esa energía perdida y a mostrarla tan importante como otras. Lógicamente me tenía que hacer varias preguntas: ¿cuánta energía se vincula al edificio?, ¿en qué conceptos?, ¿se puede medir con facilidad? y, por supuesto, ¿se puede reducir?

Lo primero que hice fue organizar los tipos de energía que consideraba que están vinculados al edificio. Los organicé en tres categorías: energía fácil de encontrar, energía sin aparente responsabilidad y la famosa energía perdida.

La energía fácil de encontrar es aquella que se ve, porque se mide sistemáticamente y es la que las compañías energéticas nos cobran con sus recibos. Es la energía para el acondicionamiento, calor, frío y ventilación, la energía para el agua caliente sanitaria y la energía para los servicios eléctricos, electrodomésticos y equipos de trabajo y ocio. Sabemos lo que gastamos porque pagamos a la compañía eléctrica o a la de gas las correspondientes facturas.

La segunda categoría es la de la energía sin aparente responsabilidad, es decir aquella que consideramos que no tiene nada que ver el edificio y que no es responsabilidad de los diseñadores de edificios y ciudades, ni de los ediles y alcaldes que aprueban ordenanzas. Es la energía del transporte. No es lo mismo vivir cerca de una boca de metro, de modo que se pueda utilizar el transporte público para los desplazamientos, que vivir en una urbanización a varios kilómetros del trabajo, del entretenimiento, de los colegios o de las compras diarias básicas. Esa vivienda está penalizada por el consumo de combustible y cada día que usamos el coche vamos echando una monedita de energía consumida a un gran pozo. ¿De quién es la culpa? De mucha gente, incluido el ingenuo comprador que creía comprar una vivienda con una calificación energética A, y que por eso era un ciudadano responsable. Pero también del promotor y, sobre todo, de los políticos que no organizan una estructura urbana y de transportes racional. Independientemente de quién es el culpable, ahora no se trata de hablar de ello, lo que quiero mostrar es que el consumo de combustibles en el transporte desde o hacia nuestra casa es tan importante como el gesto de encender la luz.

Y por último las energías perdidas, aquellas que aparentan otra cosa, que tienen un aspecto no energético, pero que son también energías del edificio. Son la energía del agua potable que consumimos a diario, la energía de los materiales de construcción que configuran nuestro edificio, llamada energía gris, la energía del tratamiento de los residuos diarios e, incluso, la energía de los alimentos consumidos en el edificio.

Aprovechando que a la energía embebida en los materiales de construcción se la llama energía gris, decidí dar color a todas las energías. A la del acondicionamiento la llamé energía púrpura, por unir el rojo del calor y el azul del frío. A la del agua caliente sanitaria la llamé energía roja por el calor. A la electricidad necesaria, energía blanca, porque no se ve. A la energía del transporte negra, por los combustibles fósiles. Y a las perdidas, a la del agua lógicamente energía azul, a la de los residuos energía marrón por su color evidente y a la de los alimentos verde por las hortalizas y verduras. Todas estaban coloreadas.

¿De qué se trataba hora? Se trataba de comprobar cuál era su importancia relativa y global, porque tal vez fuera poca, y analizar nuestra capacidad para reducirlas, para hacer realmente eficiente al edificio. El auténtico edificio de energía cero.

Decidí partir de la energía del acondicionamiento, la que yo llamo energía púrpura, porque es de la que se preocupan las normativas y la que, si resolvemos razonablemente, creemos que hemos alcanzado la excelencia energética. Y la verdad es que somos capaces de resolverla bastante bien. Pensando sólo en ella hablamos del edificio de energía cero o de energía casi cero.

Tenemos conocimientos suficientes y hay sistemas, técnicas y materiales adecuados como para alcanzar un resultado óptimo, casi de cero-energía púrpura. Hay que trabajar bien la envolvente aportando suficiente aislamiento térmico y eliminando los puentes térmicos. Otros sistemas protectores que podremos añadir a las envolventes serán los que las convierten en fachadas y cubiertas correctamente ventiladas o con elementos vegetales para eliminar la carga de radiación solar.  Como la ventilación supone la pérdida de una gran cantidad de energía, deberemos usar recuperadores de calor. También podremos incluir la infinidad de sistemas pasivos que nos aporta la arquitectura bioclimática para complementar las necesidades energéticas. Finalmente podremos modificar el microclima con estrategias de diseño urbano que lo haga más amigable, como si hubiéramos trasladado el edificio a un clima paradisíaco. Es decir, podemos suponer que la energía púrpura está controlada.



Para tomar datos de energía púrpura y compararlos con las otras energías, partí de las exigencias mínimas del estándar alemán Passivhause, que exige un máximo de 15 kWh/m2·año (calefacción) +15 kWh/m2·año (refrigeración) = 30 kWh/m2·año. Una vivienda de 200 m2 demandaría al año como máximo 6 000 kWh (21 600 MJ). Se trataría de un edificio muy eficiente en este tipo de energía. En algunos climas, como los mediterráneos, podríamos reducir esa cifra notablemente llevándola casi al cero. Pero voy a mantener esa cifra máxima como la referencia que usaré para compararla con las otras energías.

La primera comparación la haré con otra medible, la energía roja del agua caliente sanitaria.

La energía necesaria por persona y año para calentar a una temperatura de unos 40 ºC los 60 litros diarios que gastamos habitualmente, es de aproximadamente de 648 MJ/año. En la vivienda de 200 m2 ocupada por 4 personas representa 2 592 MJ/año. Esa cantidad es sólo el 12% de la energía púrpura de un acondicionamiento eficiente, no mucho por tanto. Un sencillo sistema de colectores solares puede cubrir entre el 40 y el 70%. Es decir, restarían aún por suministrar entre 777 y 1 555 MJ/año (216…432 kWh/año). Eso sólo equivaldría a un 3…7% del acondicionamiento. Está energía está controlada.




La energía blanca para los servicios eléctricos es otro cantar. Una vivienda española consume en electricidad lo siguiente:

·        Electrodomésticos: 26…30 kWh/m2·año
·        Cocina: 9…16 kWh/m2·año
·        Alumbrado: 5…6 kWh/m2·año
·        Total: 40…52 kWh/m2·año



Los rangos corresponden a las distintas regiones españolas o a que sean viviendas colectivas o unifamiliares. Nuestra vivienda de 200 m2 consume al año entre 8 000 y 10 400 kWh. ¡Un 50% más que lo necesario para el acondicionamiento! ¿Cómo vamos a ser energéticamente eficientes si no la tenemos en cuenta?

¿Qué alternativas tenemos para controlarla? Los consumos de electricidad para el alumbrado son pequeños en comparación con el resto, pero se pueden reducir con un diseño del edificio que fomente el aprovechamiento de la luz natural; con un Factor de Iluminación Natural (FIN) entre el 2 y el 10% se puede reducir este consumo a la mitad. Los demás consumos se pueden reducir algo empleando equipos eficientes, pero al final siempre quedará un gran resto. No hay más remedio que producir energía eléctrica en el edificio para cubrir esa demanda, lo que en sí mismo no es un problema. Podemos incluir sistemas fotovoltaicos como la opción más sencilla, pero también micro eólicos o cogeneración; es sólo una cuestión de presupuesto, pero podría estar controlada con recursos totalmente renovables.


 

Veamos ahora qué pasa con la energía negra del transporte. Una vivienda donde haya 2 coches que hagan cada día 20 km cada uno consume al año 45 300 MJ en gasolina. Esas distancias no son tan disparatadas. Cualquier persona que viva en una gran ciudad o en las afueras de cualquier urbe puede hacer tranquilamente esos recorridos en un día. Esa cantidad de energía es ¡más del doble! de la necesaria para el acondicionamiento del edificio. Es decir, hacemos grandes esfuerzos para gastar poco en el acondicionamiento pero luego gastamos el doble en el transporte; algo está fallando.

¿Cuáles son las alternativas? Un coche eléctrico que se puede cargar con la propia energía eléctrica blanca producida en el edificio es una solución. O el uso de la bicicleta, siempre que sea posible. A esto lo llamamos desplazamiento activo, que no sólo ahorrará energía al edificio sino que reducirá en un 52% el riesgo de morir de enfermedades cardiacas y en un 40% el riesgo de morir de cáncer. Para poder usar la bicicleta se precisa de una ciudad segura para circular y de espacios adecuados en el edificio para aparcarla, como si de un coche se tratara. Pero también se necesita un uso responsable de la bicicleta, porque hoy en día te encuentras circulando por la ciudad ciclistas sin ningún respecto para los peatones, para los otros vehículos o para ellos mismos.

La reducción de la energía negra, por supuesto, también dependerá de una buena red de transporte público de corta distancia, metro, autobús o tranvía, o de media distancia, trenes de cercanías. Eso forma parte de la infraestructura de que disponga la ciudad, pero también de la habilidad del promotor para elegir la ubicación de su promoción cerca de estos transportes, porque le dé importancia y piense que los compradores también se la darán. ¿Una entelequia?, tal vez, pero tal vez no.



Veamos ahora las energías perdidas empezando por la energía gris embebida en los materiales. Este es un concepto que ya se tiene en cuenta hace tiempo, pero que aún no se valora ni se pone en contexto adecuadamente. La extracción, manufacturación, transporte y eliminación de los materiales de construcción representa un impacto ambiental elevado, no sólo por el consumo energético. Para tener una idea, la energía embebida en la fabricación, sólo fabricación, de algunos materiales sería la siguiente:

·        Hormigón: 0,5 MJ/kg (1 200 MJ/m3)
·        Aluminio: 5 416 MJ/kg (14 623 200 MJ/m3)
·        Ladrillo macizo: 2,3 MJ/kg (4 922 MJ/m3)
·        EPS: 117 MJ/kg (2 691 MJ/m3)
·        Acero: 35 MJ/kg (273 000 MJ/m3)



Es evidente que no todos los materiales incorporan la misma energía gris embebida. Como se ve el aluminio virgen sobresale por encima de todos. Tampoco hay que engañarse en el sentido contrario, viendo el dato del hormigón, porque la elaboración del cemento necesario para el hormigón provoca nada menos que el 5% de toda la producción de CO2 mundial, el causante del cambio climático. Evidentemente ése es otro discurso, éste es sólo el de la energía.

Un metro cuadrado de fachada convencional puede llevar embebida la siguiente cantidad de energía:

·        12 cm de un ladrillo perforado: 590 MJ/m2
·        10 cm  de poliestireno expandido: 311 MJ/m2
·        9 cm de un ladrillo hueco: 192 MJ/m2
·        2 cm de yeso: 41 MJ/m2
·        Total:  1,13 GJ/m2 de pared



¿y una ventana de aluminio?:

·        Carpintería de aluminio: 135,40 GJ cada ventana  de 1,2x1,2 m
·        Vidrios dobles: 10,50 GJ para cada ventana de 1,2x1,2 m
·        Total: 145,90 GJ



Añadiendo el resto de elementos constructivos necesarios en una vivienda y haciendo unos números gordos, la vivienda de 200 m2 que estoy valorando supondría:

·        Ventanas (10 unidades): 1 459 GJ
·        Muros exteriores: 173 GJ
·        Forjados: 431 GJ
·        Resto 200 GJ
·        Total: 2 263 GJ (11 315 MJ/m2)



Esa cantidad es 104 veces el consumo de energía para acondicionamiento que estoy utilizando como referencia. Es decir, antes de empezar a gastar calefacción o refrigeración, ya tenemos llena una hucha del consumo equivalente a lo que consumiremos durante los 104 años siguientes. Dos veces la vida útil de edificio, una auténtica barbaridad.

Hay un estudio más preciso realizado sobre un edificio de Hernani, Guipúzcoa, el Orona Zero, que tiene una calificación energética A obtenida con el CALENER GT, la máxima. A pesar de ello su consuno energético para el acondicionamiento es de 4 336 GJ. La energía gris embebida en sus materiales, esta vez calculada con gran precisión, es de 494 990 GJ; es decir, hacen falta 114 años de uso para alcanzar la energía de los materiales. Un nuevo ejemplo de la importancia de esta energía con la que se empieza gastar antes de empezar ahorrar.

¿Cuáles son las alternativas para reducir la energía gris? Utilizar los materiales que tengan la menor energía embebida posible, utilizar materiales que cuando finalice la vida del edificio se puedan reciclar y, por tanto reducir la energía del tratamiento primario, que siempre es mucha, o reutilizar componentes enteros, lo que llevaría a partir de ahora a diseñar con elementos desmontables. Todo ello, como se ve, muy a largo plazo. Por eso la considero una energía claramente no controlada.



La energía azul, la del agua potable que consumimos, a priori, no parece que vaya a ser muy determinante. Hagamos números.

El consumo medio doméstico de agua en España es de 144 l/persona·día. La familia de 4 miembros en 1 año consume 210 m3.

El gasto energético de la potabilización y distribución del agua es muy variable y puede oscilar entre 0,61 y 9,90 kWh/m3. La familia de 4 miembros necesita que se gaste en el tratamiento de su agua potable entre 128 y 2 079 kWh/año (460…7 484 MJ/año). Comparado con el consumo de acondicionamiento de referencia del Passivhaus, que recuerdo que es de 6 000 kWh (21 600 MJ), puede llegar a suponer una tercera parte. Pues no es tan poco como parecía.

Para intentar reducirlo aún más se deben emplear electrodomésticos eficientes, de los que ya se encargan los fabricantes, son los A++…+. Pero también como responsabilidad del edificio hay que saber diseñarlo para que recoja el agua de lluvia en aljibes y depósitos en la cubierta, en patios o jardines, y luego diseñar las instalaciones para que ese agua puede utilizarse, con un tratamiento muy básico, para el riego, el llenado de la cisterna del inodoro, para la lavadora y para el lavavajillas. Esto ayudará mucho porque se reducirá el consumo de un agua potable que no precisa de ese grado de tratamiento.

Pero también se pueden reutilizar las aguas grises producidas, que son todas menos las del inodoro. Estas aguas también se tratan con equipos sencillos o con fitodepuración utilizando plantas. Es una energía, que con la reducción del consumo, la captación de la lluvia y el tratamiento de aguas grises en el mismo edificio, puede reducir la energía azul notablemente.




La energía marrón es la vinculada a los Residuos Sólidos Urbanos, RSU. No es sólo la empleada en la recogida y tratamiento de las basuras, ya sea en el vertedero o en el reciclado, sino también la usada para la fabricación, elaboración o cultivos de los productos finalmente convertidos en residuos. No es una información fácil de conocer, dada la heterogeneidad de los productos previos y de la complejidad del cóctel de basuras y de sus posibles tratamientos para reciclado o reutilización. Lo que sí sabemos es que una familia de 4 miembros produce al mes unos 180 kg de basura, al año más de 2 190 kg, que también han necesitado de una gran cantidad de energía para su producción y elaboración, y que al menos se debería intentar recuperar. Si se reciclara o convirtiera energía combustionándola se podría recuperar parte de esa energía.

Hay otra formas de reducir ese impacto energético, el reciclado. Por ejemplo, los metales representan el 4% de las basuras domésticas y se reciclan con enorme facilidad; el papel y cartón son el 21% y también se reciclan perfectamente; los plásticos son el 11% y se reciclan mal por la dificultad de determinar de qué tipo de plástico se trata. Los restos en forma de material orgánica son los más abundantes, el 44%, y se puede compostar o transformar en biocombustibles, como el biogás, incluso dentro del mismo edificio con una instalación muy sencilla y segura. El vidrio es el 7%, y se recupera reciclándolo. La madera sólo es el 1%, y se puede quemar con limpieza; y aún queda un 12% de restos incontrolados. Cuanto mejor estén separados los RSU más fácilmente se podrán reciclar o convertir en energía limpia.

Si fuera posible, por tener los residuos perfectamente organizados, la simple incineración de los RSU proporcionaría 1,74…2,55 kWh/kg, que en la familia de 4 miembros supondría 3 810…5 588 kWh/año, casi la misma que era necesaria para el acondicionamiento. De un modo u otro los RSU tienen un potencial energético grande que hay que explotar o controlar.




Y por último, la energía más olvidada, la energía verde que entra en el edificio en forma de alimentos. Si para fabricar un ladrillo, que se coloca una sola vez en el edificio, hace falta energía, para cultivar y transportar alimentos también hace falta energía. Si un ladrillo nos protege y reduce la energía que necesitaremos para acondicionar el edificio, la energía de los alimentos hace funcionar las máquinas que hay dentro, los seres humanos. Es, por tanto, una entrada energética clara. Con los alimentos hay que plantearse un balance básico, la energía que aportan para que funcionemos frente a la energía necesaria para cultivarlos y transportarlos. Si está segunda es mayor que la primera, nunca será rentable, si aportan algo más de lo que necesitaron, el balance positivo permitirá una transformación eficiente en creatividad y actividad.

Hagamos algunos números. Las necesidades alimenticias de un adulto medio son de 8 360…12 540 kJ/diarios. Al año una familia de 4 miembros debe consumir 12 205…18 308  MJ/año para poder realizar todas sus actividades laborales o familiares. La energía que necesita una vivienda para que funcionen sus ocupantes es el equivalente al 70% de lo que necesita esa misma vivienda para acondicionarse. Luego no estamos hablando de una tontería.

Y aquí entran los alimentos. ¿Cuánta energía aporta una pera?, ¿y cuánta se ha gastado en su cultivo: manual, mecánico, agua, abono, etc.?, ¿y en su transporte? ¿Ha merecido la pena?

Una pera de tamaño normal aporta 728 kJ, un melocotón 690 kJ, una manzana 828 kJ, un pimiento verde  163 kJ y una lechuga sólo 100 kJ.

El gasto del cultivo es tremendamente variable. Depende del tamaño y tipo de la explotación, de la necesidad o no de fertilizantes u otros tratamientos, y de la energía del agua. Me voy a quedar sólo con el transporte desde el huerto al edificio.

Para transportar naranjas en furgoneta se necesitan 5,4 MJ/tonelada·km. Si la energía aportada por las naranjas es de 908 MJ/tonelada, más allá de 169 km no resultará rentable. Hay que buscar un medio de transporte más eficiente, un gran camión o el tren, o cultivarlas a poca distancia del punto de consumo.

Para transportar peras en furgoneta se necesitan igualmente 5,4 MJ/tonelada·km. Si la energía aportada por las naranjas es de 1 759 MJ/tonelada, en este caso podríamos traerlas desde 325 km. Pero si decidiéramos consumir peras chilenas, más baratas y, tal vez, más sabrosas, y el transporte es camión+barco+camión, se gastarán 3 804 MJ/tonelada. Más del doble de lo que aportan esas sabrosas peras.

Hago un nuevo cálculo para transportar judías verdes en furgoneta. Se necesitan igualmente 5,4 MJ/tonelada·km. Si la energía aportada por las judías verdes es de 1 280 MJ/tonelada, en este caso podríamos traerlas desde 230 km. Pero si decidiéramos consumir judías verdes marroquíes, y el transporte es camión+barco+camión, se gastarán 2 177 MJ/tonelada. Un 70% más de la energía que aportan esas judías verdes.

El último ejemplo con las lechugas, que aportan muy poca energía pero que son enormemente saludables. La energía aportada por una lechuga es de 100 kJ, aproximadamente una tonelada serían 333 MJ. Una quinta parte de la aportación calórica de una tonelada de peras. ¿Desde qué distancia es rentable traerla? ¿60 km máximo? Posiblemente es necesario cultivarlas a pie de edificio si queremos tener un balance de energía favorable. Hay que empezar a recuperar el cultivo periurbano, urbano, o incluso en el propio edificio de algunos alimentos. Hay que legislarlo bien, por supuesto, pero si nos preocupa la energía que se consume en el edificio no podemos dejar de lado a la energía verde de los alimentos.



Dejando de lado la energía marrón de los residuos, que no he podido calcular, si relaciono los consumos del resto de las energías en el plazo de vida útil de un edificio, 50 años, se ve que hay enormes diferencias. La energía negra del transporte y la gris de los materiales se elevan como las más poderosas. A continuación sobresale la energía blanca, la electricidad para los equipos y, ya lejos la verde, la azul y la roja. Es decir, la energía púrpura del acondicionamiento no es la más importante.



Pero lo más importante no es eso sino cómo se pueden reducir. Algunas se pueden reducir mucho y otras prácticamente nada.

Las energías rojas y púrpuras se pueden llevar prácticamente, mejor dicho, sin prácticamente, a cero.

Con buenos hábitos de transporte, la negra también se puede reducir. Hay alternativas.

La blanca también, si introducimos sistemas de producción de electricidad en el edificio. Incluso se puede decir que hasta donde queramos, es sólo una cuestión de inversión.

La azul puede también reducirse tratando y recuperando aguas, pero siempre nos hará falta agua potable. Ahí hay un límite.

La verde, a día de hoy, muy poco.

Y la gris a medio y largo plazo algo, pero poco en relación a lo que representan. Ahí es donde está la clave del auténtico edificio de energía cero, reducir la energía gris.


 

Cuando he dicho que la energía roja puede llegar a ser cero es porque pienso que pueden aprovecharse otros recursos energéticos generados en el propio edificio. Esto nos lleva al último punto de vista del planteamiento: los ciclos de material y energía.

Cuando hay tantas y diversas formas de energía que entran y salen del edificio, es fácil imaginar que haya relación entre ellas, y que algunas de esas relaciones sean sinérgicas, y que se pueda aprovechar esa relación para reducir el consumo y las pérdidas de energía y la eliminación de residuos y aguas sucias.




Las entradas de energía son convencionales (las señaladas en rojo) o renovables (las señaladas en amarillo). Son calor aportado por el sol para los colectores de ACS o para el acondicionamiento pasivo. Es la luz solar que los paneles fotovoltaicos convertirán en electricidad. Es energía convencional para el calor, el frío o la electricidad.

Las entradas de materia corresponden al agua potable, alimentos y materiales de construcción.

Las salidas son la energía que se pierden por la falta de aislamiento de los edificios y la ventilación, las aguas usadas o servidas y los residuos sólidos urbanos. Se trata de reducirlas haciendo casi adiabático el edificio, reduciendo las aguas como mucho a las negras y los residuos a los realmente no aprovechables.

Para ello hay que crear relaciones circulares entre todas esas entradas de materia y energía.

La energía roja solar del agua caliente sanitaria se relaciona con la entrada de agua potable. El agua, la que entra y la que se recicla se debe utilizar para el riego de los cultivos alimenticios y las superficies verdes de la envolvente y del entorno, que reducen las necesidades de la energía púrpura del acondicionamiento.

Los residuos de la energía verde, la del alimento, se convierten en la energía marrón de los residuos, que pueden convertirse en biomasa o biogás y, por tanto, en energía para complementar el acondicionamiento.

Los alimentos nos dan la energía suficiente como para poder montarnos en una bicicleta y reducir la energía negra del transporte, que a su vez también se reduce gracias a la energía blanca, electricidad solar, que aportan los paneles fotovoltaicos, que cargarían las baterías de los coches eléctricos.

Esa misma energía blanca también servirá para mover ventiladores, bombas y dispositivos domóticos que mejorarán los sistemas pasivos de acondicionamiento, la energía púrpura.

Finalmente, nuestro gran problema, la energía gris de los materiales, aquella que difícilmente se puede reducir, bien empleada, en forma de aislamientos y masa térmica, puede ayudar a llevar a cero la energía púrpura.

Es decir, el tema no es simple ni sencillo. Es de gran complejidad, pero si entendemos lo que entra y sale, y lo relacionamos adecuadamente, en algún momento, no sé cuándo, podremos llegar a hablar realmente de edificios de energía cero.